Una entrega accidentada

Por Fritch__, 24 de enero de 2022

«Muchacho, eres un malandrín, siempre andas distraído y así nunca conseguirás ingresar en Koroversity»
Podía imaginar la situación con toda claridad en su cabeza, al maestro con esa media sonrisa del que gana una apuesta consigo mismo.

Ah no, si algo tenía claro es que, hoy al menos, no escucharía esas palabras.
El aprendiz resoplaba por el esfuerzo de remar cargando el peso de la caja, que parecía ajena a su esfuerzo, concentrada en sus cosas.
Levantó la cabeza sin aflojar su avance, paralelo a la costa.
Frente a él, se cernía la enorme visera de la cueva, cubriendo el sol del atardecer, observándole como un gigante curioso. La refrescante sensación, provocada por la sombra de la entrada a la caída natural de agua, atenuó el sofoco del esfuerzo realizado.
Con un golpe de remo, frenó la barca, con el corazón latiendo intensamente, por el esfuerzo, pero también por la expectación.
La corriente de agua no estaba pensada para ser recorrida por embarcaciones tripuladas. Solamente fardos, y bultos reforzados y resistentes a los golpes, eran liberados para ser tragados por las aguas y transportados a la ciudad profunda. De este modo, en pocos minutos llegaban a su canal principal, donde eran recogidos y distribuidos.
Una honda inspiración, un suave avance hacia la corriente, y comienza el pulso.
El curso del agua es un amigo bromista y algo engañoso, con un carácter un tanto impredecible.
El sonido del primer tramo, lento, suena a la risa contenida de quien prepara una broma pesada.
La risa se convierte en carcajada mientras la barca toma velocidad. Consciente del recorrido, el muchacho vira bruscamente a la izquierda dejando a su espalda una escalofriante caída en picado hacia el canal.
La caja se balancea y protesta con un leve crujido.
Tras el susto, los rápidos se suavizan e, indecisos, se bifurcan, engañosos como un trilero.
El aprendiz se sonríe, seguro, mira la caja, afianzada a la barca, y se desliza hacia la izquierda, sin caer en el engaño.
La corriente, con aparente deportividad, celebra la buena elección, acompañando al navegante un buen trecho, y recompensándole con un secreto, ese rincón en el que alguien ocultó un cofre, e impulsándole hacia la derecha en un amplio arco, a modo de elegante saludo.
Pacíficamente, como si de una civilizada conversación se tratara, el río subterráneo avanza por el borde de la poza, seduciendo al muchacho con una hermosa vista.
Pero no es más que un nuevo truco. La caja tiembla, protestando por la fuerte caída y el cerrado giro a la derecha, que deja al descubierto las intenciones del torrente, airado por su derrota. Pero nuestro piloto lo conoce bien. Proyectando hacia atrás el cuerpo, supera la primera caída.
Rectificando con los remos, consigue equilibrar la barca a lo largo de la pendiente, cada vez más pronunciada, preparándose para el golpe final.
Con un feroz gruñido, el sonido del último desplome de la cascada resuena, lejano, en los oídos del muchacho. El definitivo, el más peligroso. La duda recorre fugaz su mente y luego solo queda la caída. El impacto, el feo chasquido de algo que se parte, y luego solo queda el rumor del agua allá atrás, lejos del canal que se adentra, cuidadosa y respetuosamente, en la ciudad profunda, que lo acoge con su grandeza.
A la puerta de la Koroversity, el maestro espera impaciente, preocupado.
-«Parece que mi joven proveedor no vendrá hoy…»
Se gira al oír un tenue golpe de madera sobre piedra.
-«Llego a tiempo, si no me equivoco, el sol aún no se ha puesto.» El aprendiz está empapado y sonriente.
El botanista le mira de arriba a abajo.
-«Llegaste, pero con el tiempo justo, estaba a punto de cerrar las puertas. ¿traes las sobras de pescado?, necesito el abono para mis plantas».
El muchacho señala la caja, desplazada de su lugar en la barca, y claramente malhumorada.
-«Lo siento. Se partió un remo y eso me retrasó.»
Con una sonrisa cómplice, el maestro tiende una bolsita tintineante:
-«Toma, algo me dice que te has ganado hasta la última moneda».