El puesto de rojas piedras
Por Faustinus07, 21 de marzo de 2023
Juan llevaba años, muchos años montado en aquella carreta.
Aquella carreta era arrastrada por su amigo. Su amigo era un caballo manchado: de cabeza hasta cintura, marrón con manchas blancas y de cintura para abajo, blanco con manchas marrones. Llevaba la carreta llena de inventos ingeniosos. Inventos que a la mayoría de la gente les sorprendía, ya que eran cosas nuevas, cosas nunca vistas, con elegancia y con informalidad magnificente.
Un día llegó a uno de los mayores mercados a los que había visitado, y al cual había conseguido entrar. Aquel sitio tenía una fama espectacular. El mercado más grande, más variado, y, una cosa que sorprendió a Juan, es que estaba especialmente ordenado.
Acomodó todo allí y bajó su carreta junto a su fiel amigo por el ascensor.
Bueno, en una especie de montacargas, mejor dicho.
Y allí se plantó. Alquiló una de las plazas. Le tocó una que quedaba con la pared, una pared de una piedra muy oscura, una piedra que nunca había visto. Tenía que admitir que aquella ciudad era preciosa. Solamente por el mercado en el que había estado, ya se veía un detalle espectacular. Aunque toda la vegetación era natural, la cuidaban con cariño, para que, con el primer detalle, se pudiese ver el nivel que se iba a encontrar allí.
Montó su puesto con la mayor calma del mundo. Se preparó su café y se sentó a seguir con sus manufacturaciones, esperando a que alguien se acercara a ver que estaba haciendo.
Un par de horas más tarde, a la hora de la merienda, cuando los niños jugaban por la calle, Juan estaba montando un pequeño espectáculo. Un pequeño y simple mecanismo que soltaba unos pequeños fuegos artificiales. Ellos solos, salían volando hacia arriba y formaban una pequeña bomba de colores. A los niños les encantaba, les maravillaba el color de los cohetes, el ruido de la redstone activando meramente el mecanismo, y el sonido del cohete… todo en general.
A los mayores, les encantaba ver nuevos mecanismos, nuevas tecnologías que no tuvieron en sus tiempos, mecanismos que, aunque seguramente no lo serían, parecían complejos a más no poder.
El negocio iba más que bien, iba viento en popa. A la gente de aquella ciudad les fascinaba todo él en general. Sus mecanismos, y lo amable que era, tanto con jóvenes como con mayores. Trataba sus mecanismos con gracia y seguridad, era espectacular lo que hacía.
Y entonces, llegó una compra. Mejor dicho, llegó LA compra. Un grupo de encapuchados, que se hacían llamar KialoCrafters le hicieron un gran encargo, un encargo de mecanismos que debería estudiar, mecanismos que debería practicar, mecanismos nunca antes vistos, y, sobre todo, mecanismos que en las manos equivocadas podrían ser peligrosos.
Parecían majos, aunque sus ideas no le hacían pensar lo mismo. Él cumplió con el encargo, lo cual le hizo ganar una cantidad considerable de dinero. Pero no se sentía bien, sentía que eso era dinero sucio. Dinero ganado de formas que no debería, dinero ganado por lo que parecía una pequeña mafia. Pero prefirió no entrometerse… no por el momento.
El dinero le vendría bien para conseguir nuevos materiales. En aquella ciudad había buenos vendedores. Vendedores de calidad, y además, no muy caros. Vendió cosas y compró otras. Se deshizo de minerales que llevaba pero que ni miraba, minerales que consiguió en sus antiguos momentos de mina, pero que nunca habían tenido un uso.
Pasado el tiempo, aquella ciudad ya no era una ciudad como cualquiera, una ciudad por la que Juan viera y entrase, pero simplemente de paso. Aquella ciudad era su ciudad.
Nunca antes se había sentido tan a gusto en un lugar, tanto como por estética, como por la comunidad que allí vivía.
Como su fiel amigo ya no iba a tener que llevar aquella carreta, le dio el lujo de comprarle una plaza en los establos de la ciudad, espaciosos, pero, aun así, no les faltaba el detalle. Confió en que serían cómodos en lo que a las necesidades de un caballo se refería.
Con el dinero que sacó de las ventas, se compró un pisito en aquella ciudad. Aunque también tenía que decirse, que el piso más pequeño, era más grande que su carreta.
Pero una cosa no cambiaría, y era su puesto. Una tienda claramente sería más cómoda:
Tendría más aislamiento térmico, sería más grande, podría exponer mejor las cosas…
pero su puesto era su puesto, y por supuesto que tenía supuesto no cambiar su puesto por nada. Ni por la mejor oferta que le pudiesen hacer.